EL FRANQUISMO (1939-1975)

La interpretación de los hechos

 

Introducción
Índice del tema:               

 

            Introducción

                  Desde la perspectiva de una época histórica que por primera vez  he conocido personalmente y forma parte de mi experiencia vital, permitidme que la introducción al franquismo sea todo lo subjetiva que mi posición como profesora de Historia permite. Desde mi punto de vista, los casi cuarenta años de dictadura fueron vividos por la generación de españoles que conoció la guerra y que continuaron en España de manera bien diferente: aunque es arriesgado generalizar, creo que para los que la ganaron dominó, fundamentalmente, el sentimiento de venganza, el orgullo de sentirse vencedores y la seguridad que les daba el régimen de terror impuesto durante los primeros años a los vencidos. Por todo ello sacrificaron la pérdida de libertades de todo tipo que las circunstancias de la  II República apenas les permitieron saborear. Para los vencidos, los sentimientos dominantes, en mi opinión, fueron el miedo y la humillación que suponía que se les recordara constantemente que se habían, cuando menos, equivocado de bando, y que tenían que renunciar a sus valores y a sus ideales, aceptando que sus hijos fueran educados en la idea del fracaso de sus padres por  traidores y, en muchos casos, por malhechores. Es esta la primera percepción que yo tuve de la sociedad en que vivía cuando empecé a pensar por mí misma. Estos sentimientos con el tiempo se fueron atenuando, y unos y otros simularon olvidar, incluso querer olvidar la guerra, pero para la generación de mis padres es algo que siempre tuvieron presente y todavía hoy en día, cuando los sobrevivientes  son ya ancianos, siguen siendo muchos los que, cuando mis alumnos han querido entrevistarlos para recoger testimonios de aquella época,  no quieren hablar de aquello, porque el miedo y el dolor de lo sacrificado y de lo  perdido les sigue atenazando el corazón. Sin olvidar que  el hambre fue para muchos otra de las constantes vitales de aquellos 25 Años de Paz. Personalmente, cuando pienso en aquella época, el sentimiento que me aflora y que creo igualaba a todos, vencedores y vencidos de la guerra y de la dictadura, y que, por lo tanto, llegaba a sus hijos, es el del miedo. Para mí, aquellos fueron los años del miedo (se dice que incluso los ministros temían a Franco). El presente era temible para los que no se sentían franquistas, pero todos vivían atemorizados por el miedo al pasado y por el miedo al futuro.
               Otra de las herencias del franquismo ha sido los efectos en el nacionalismo español,  que nunca había estado suficientemente consolidado. Siempre he pensado que Franco, al apoderarse de todos los símbolos de España –la bandera y el himno especialmente- hizo que para los antifranquistas de mi generación quedaran indisolublemente unidos Franco y España, heredando una profunda animadversión a los dos nombres, en el caso del segundo en el sentido de que les hacía imposible identificarse con los símbolos nacionales tradicionales. Y, en mi opinión, ello ha influido muy negativamente en el nacionalismo español porque durante muchos años, en la transición, sería imposible disociar la bandera de España de la ideologiía franquista (¿quién se atrevía a llevar una bandera española ante el temor de que lo confundieran con un facha?),  así que los que tenían amor y respeto por España, los que se sentían españoles sin ser españolistas, en parte se quedaron sin símbolos, y esto ha repercutido, como digo, negativamente, en el desarrollo del nacionalismo español (mientras que los nacionalismos periféricos no solo no han tenido que enfrentarse a ese problema sino que  se han visto robustecidos con el halo antifranquista).


                Pero ahora, la profesora, que ha procurado insistir en la diferenciación entre el hecho y la opinión, debe dejar paso a que la reconstrucción de la historia la hagan sus alumnos.

 

La época de la autarquía (1939-59)


La situación internacional influyó, como suele suceder, en la situación interior española, y en el caso de la época franquista, las circunstancias políticas de la II Guerra Mundial, de predominio militar alemán hasta bien entrado el año 41, y la Guerra Fría, de contención del comunismo desde EEUU, a partir del 45, tuvieron especial relevancia.
La situación demográfica en la denominada época de la autarquía parte de un  retroceso (por las víctimas de la guerra, el exilio y el hambre) y la ruralización de la población que, intentando evitar el hambre urbana, vuelve a las zonas rurales incrementándose el porcentaje de población frente al período anterior.
 La abundancia de mano de obra agrícola favoreció el mantenimiento de la escasa tecnificación en las grandes explotaciones siendo un período de malas cosechas, de muy baja productividad (agravada no solamente por la falta de maquinaria y de abonos sino también por el aislamiento internacional que vivió el país hasta finales de los años cuarenta que, entre otras cosas, no permitía reponer las piezas dañadas de la antigua maquinaria existente), en definitiva,  con una agricultura en algunas zonas de  casi subsistencia  que obliga a la importación de grano para subsanar la “pertinaz sequía” que era la responsable oficial de la hambruna que pasó la sociedad española en esos años. La escasez de producción de alimentos frente a las necesidades de la población explica la existencia de dos características de la época: el racionamiento y el mercado negro.
La producción industrial, siempre débil, también está estancada por la dificultad de importar o substituir la maquinaria existente, por la falta de fuentes de  energía y la escasez de capitales y tecnología en general, y el comercio exterior será permanentemente  deficitario (las fronteras permanecieron cerradas entre 1946-53).
Frente a la crisis económica existente, la falta de competitividad en el exterior y el aislamiento político y económico, la política económica (según diversos autores responsable en sí misma del desastre económico existente debido a la ineptitud  gubernamental en muchas de las decisiones tomadas) se caracterizó por un intervencionismo que pretendía conseguir la autarquía (afirmando que España poseía riquezas suficientes para las necesidades del país). Así, hubo una estricta regulación del comercio exterior (fuerte proteccionismo), que exigía costosas licencias de importación al empresariado, y del comercio interior a base del control de los precios de los productos básicos y el racionamiento (hasta entrados los años 50), fijación de salarios y creación de empresas públicas de los sectores deficitarios o poco rentables (de ahí la creación de la RENFE o del INI con la finalidad de aumentar la producción industrial). Todo esto conllevó un progresivo incremento de los gastos del Estado (pocos ingresos frente a las inversiones públicas) que supuso un progresivo incremento de la Deuda Pública (obligada a ser comprada por los bancos) que generó una espiral inflacionista agravada por el desequilibrio entre la demanda y la oferta.
 La consiguiente pérdida del poder adquisitivo provocada por la inflación dio lugar a la aparición de los primeros movimientos sociales de rechazo de la situación al comienzo de la década de los cincuenta, lo que unido al incremento de la Deuda Exterior (créditos y préstamos USA/ balanza comercial negativa) supuso que en 1957 la reducción de las reservas monetarias del país fuera alarmante y exigiera, finalmente, un cambio drástico en la política económica (será el llamado Plan de Estabilización).

La sociedad franquista está fuertemente jerarquizada en clases: la clase dominante formada por los terratenientes y la burguesía industrial y financiera, unas clases medias muy débiles y la gran mayoría de asalariados viviendo en condiciones de pobreza en muchos casos extrema (son “los años del hambre”) debido a las malas cosechas, los bajos salarios y la inflación. Esta sociedad se caracteriza por la importante influencia de la Iglesia (algunos historiadores hablan de una “sociedad católica”) que controla la enseñanza y la cultura a través de la censura.
España es una dictadura militar centralista y confesional de estilo fascista. Franco (Jefe de Estrado, presidente del gobierno, jefe supremo del ejército y del partido único) controla todo el poder político y no se permite ningún tipo de oposición al régimen utilizando diversos mecanismos de control (los puramente represivos, una rígida censura y a través de la depuración de los elementos no adictos). Cuenta con el soporte de los propietarios agrarios y los grandes industriales, la Iglesia (Franco interviene en el nombramiento de los obispos) y, naturalmente, del ejército. Los militares  copan los altos cargos de la administración (ministros, gobernadores civiles, etc), también a nivel  sindical y en las empresas estatales y, por lo tanto, tienen una enorme influencia política. Se encargan del control de la subversión a través del mando de las fuerzas de seguridad del Estado (Ejército, cuerpos policiales y Guardia Civil). También la tienen los  eclesiásticos, no sólo por su participación en las Cortes, el Ejército, los Sindicatos y el INI, sino también  a través de la censura y el control de la enseñanza. Y en  todos los demás cargos, por nimios que sean sus privilegios, siempre se encuentran adictos al régimen (como, por ejemplo,  el  presidente en una corrida de toros).
 En los primeros años de la dictadura se acaba de crear el cuerpo institucional y jurídico del nuevo Estado con las llamadas leyes fundamentales del Reino:
. 1943 Creación de las Cortes Españolas, puramente deliberativas y en las que los procuradores del reino no eran elegidos por sufragio universal.
. 1945 el Fuero de los Españoles
.la Ley del Referendum nacional
. 1947 se completa el Fuero del Trabajo (desde 1940 se establece la unión sindical en la Central Nacional Sindicalista, el sindicato vertical),  la legislación laboral que garantiza la estabilidad en el trabajo (sin derecho al subsidio de paro) como compensación a la falta de libertades (ni sindical, ni de huelga o de manifestación).

Hasta la década de los cincuenta, las manifestaciones públicas de oposición al régimen fueron mínimas. La desorganización de las fuerzas sindicales y políticas después de la guerra, la fuerte represión  (fusilamientos, campos de concentración, cárceles  y depuraciones), las delaciones de los propios vecinos, por convicción o por venganza, y la política de humillaciones a los vencidos, recordándoles continuamente esta situación, impusieron un miedo cerval a toda la población contraria al régimen, atemorizada y sin derecho a expresar opiniones de ningún tipo.

Hasta 1945, especialmente hasta 1942, cuando se detienen los continuos triunfos del poderío alemán, Franco mantiene a España neutral (Hitler no aceptó sus demandas territoriales en el norte de África que hubieran supuesto una posible alianza militar), aunque con exhibición de  claras manifestaciones fascistas y soporte moral al Eje (en 1941 envió la División Azul). A partir de la derrota, se produce un cierto lavado de cara disimulando las formas exteriores fascistas, en medio del bloqueo internacional decretado por la ONU que duró hasta 1955 (solamente algunos países mantuvieron embajadas y relaciones comerciales con España, como Portugal o Argentina). Cuando la Guerra Fría es ya una realidad palpable, y los antiguos aliados se han convertido definitivamente en enemigos declarados, la política anticomunista de EEUU le  lleva a mantener y ayudar a todo tipo de regímenes, de ahí la apertura de relaciones diplomáticas con España, incluida la visita de Eisenhawer, que supusieron la concesión de bases militares USA en España a cambio de reconocimiento internacional y crédito financiero.

              Hasta 1945, las fuerzas antifranquistas en el exilio  mantienen la esperanza de que la victoria de los aliados suponga su intervención militar en España para restaurar la democracia, por ello diversos grupos armados –los maquis- se instalan en los Pirineos y otras zonas montañosas o de difícil acceso del país y mantienen frecuentes escarceos con las fuerzas armadas con la idea de apoyar una posible insurrección popular. Las dificultades de abastecimiento, la evidencia de que la insurrección interior no era factible y, especialmente, el desinterés de las democracias occidentales en  una intervención militar que desposeyera al caudillo hicieron que lentamente el movimiento de los maquis fuera debilitándose.

La época del desarrollismo

            La época del desarrollismo lo fue a nivel demográfico y económico. Época del “boom demográfico”, de fuerte crecimiento de población debido al descenso de las tasas de mortalidad  (aunque también disminuyeron las de natalidad); también fue época de migraciones: interior, del campo a la ciudad, y exterior, a la CEE (especialmente Alemania, Francia, Holanda y Suiza).
La situación económica a finales de los años cincuenta se encontraba colapsada por una fuerte inflación, un gran déficit comercial y la grave disminución de las reservas de oro (que en cuatro años había descendido un 70%). Todo ello contribuyó a una nueva política económica, el denominado Plan de Estabilización  (1959), caracterizado por un menor control del comercio exterior, facilitar las inversiones de capital  extranjero, congelación salarial y la concesión de créditos públicos a las grandes empresas, con el objetivo de ir liberalizando la economía y conseguir incrementar el comercio exterior. Además de esta nueva orientación económica por parte del gobierno, una serie de factores permitieron completar el proceso de industrialización iniciado el siglo pasado: la simultánea  expansión de la economía europea permitió una fuerte inversión de capital extranjero atraído por una baja presión fiscal y la baratura de la mano de obra, con escasa conflictividad social garantizada por la dictadura. La entrada de divisas provenientes de los envíos que los emigrantes españoles transmitían a la familia que permanecía en España influyeron en el aumento de la demanda interior, propiciada también por la llegada cada vez mayor de turistas, lo que estimuló a que las empresas aumentaran la producción  propiciando el crecimiento económico general no sólo de las áreas ya industrializadas sino también de las de economía agraria. El Plan de concentración parcelaria y la Ley de Grandes Zonas Regables (el Plan Badajoz, por ejemplo), provocó una mayor concentración de la propiedad, mientras que la emigración de campesinos supuso un aumento de los salarios rurales ante la relativa escasez de mano de obra, impulsando la mecanización de una agricultura ya plenamente comercial.
 Así pues, la revolución industrial se completó en esos años 60 –el llamado “milagro español”- gracias a la conjunción de estos dos factores: la inversión de capital extranjero (debido a la expansión económica general y facilitada por la nueva política económica) y el aumento de la demanda interna (debido al aumento del poder adquisitivo de una parte importante de la población con algún familiar trabajando fuera de España y a la llegada masiva de turistas consumistas en busca de sol y playa),  lo que  tuvo como contrapartida lo que algunos economistas llaman la “colonización” o “desnacionalización” de la economía española (los sectores que crecieron en mayor grado –industrias químicas,  energéticas y de maquinaria- estaban en manos de capital foráneo) .
Se vivieron, pues, unos años de fuerte expansión económica (1959-73) al compás de esta industrialización generalizada en todo el territorio esàñol (aumento de la producción de alimentos y manufacturas, de la productividad, incremento del comercio exterior  -tanto de las importaciones como de las exportaciones-  y del sector servicios) mientras la política gubernamental con sus “Planes de Desarrollo” intentaba en vano  disminuir los desequilibrios regionales.

El crecimiento industrial acelerado permitió el desarrollo de las clases medias (que en 1970, representaban el 28% de la sociedad) y el aumento de la población obrera industrial a costa de la disminución de los asalariados rurales (en 1970, el conjunto de  población asalariada representaba un 64%) que, en general, vieron mejorar su nivel de vida (especialmente en las ciudades). En 1960 la renta per cápita española era de 290 dólares, en 1970 había aumentado a 2486 dólares/per cápita. Obviamente, el sector social que más se benefició de la expansión económica fue la burguesía industrial y financiera, que continua siendo la clase dominante en esta sociedad de aburguesamiento acelerado y en la que la influencia del espíritu militarista y de la iglesia disminuyeron al compás del crecimiento económico y de los nuevos valores que irían laicizando lentamente la sociedad española. En estos años, se produce una división entre la iglesia “oficial”, que continua plenamente franquista y sectores eclesiásticos que pasan progresivamente a la oposición (los llamados “curas rojos”).

La necesidad de la reorientación económica a la que se ha aludido, fue debida a una renovación política acontecida a finales de la década de los 50, la llegada de los “tecnócratas” (Alberto Ullastres,  Arias Navarro, López Rodó López Bravo…), muchos de ellos miembros del Opus Dei, y la consiguiente disminución de falangistas y militares (muchos de los cuales nunca había poseído los conocimientos necesarios para el desempeño de sus funciones técnicas). En estos años continuó la recopilación de normas jurídicas, con cierta liberalización y depuración del resto de aspectos totalitarios:
-1963 Ley de Bases de la Seguridad Social (agrupaba el viejo sistema de seguros de enfermedad, vejez e invalidez).
-1966 Ley Orgánica del Estado (según la cual España era “una democracia orgánica”), es decir, no era un democracia, continuando con los procuradores (que no diputados) escogidos en  elecciones corporativas (no por sufragio universal). Las mujeres casadas, por ejemplo, no pudieron votar hasta 1970.
-1966 Ley de Prensa
-1969 Franco designa a Juan Carlos como sucesor.
-1971 Ley Sindical 
Lo que dio lugar a una división entre los dirigentes del régimen aperturistas (dispuestos a realizar algunos cambios mínimos) y los inmovilistas (que no aceptaban ningún tipo de reforma en el espíritu del 18 de julio). En 1967, ante la mala salud del dictador, Carrero Blanco, su hombre de confianza, es nombrado vicepresidente del gobierno pero conservando Franco la jefatura del Estado y del gobierno. Esta situación algo ambigua y algunos asuntos, como el affaire Matesa (1969, ministros acusados de apropiación del fondos públicos) inició un período de inestabilidad gubernamental  agravada por las acciones de la oposición (obrera, estudiantil y de las fuerzas políticas antifranquistas).
El incremento de la oposición interior  supone una disminución de la influencia de los dirigentes en el exilio y, de esta manera, el movimiento político antifranquista  estará  cada vez más dirigido por lideres que se encuentran en el país, destacando la acción del  PC (PSUC en Catalunya) , que preconiza la “reconciliación nacional”, es decir, una alianza de todos los antifranquistas (Junta Democrática), del PSOE  (Plataforma Democrática), catalanistas (Assemblea  de Catalunya),  y,  en el País Vasco, los seguidores del PNV y de  ETA  (fundada en 1959 y que en 1968 protagoniza su primera acción terrorista con el asesinato  un policía político). El movimiento estudiantil sigue siendo una preocupación para el  régimen, no tanto por su fuerza política sino por la mala imagen que se da de la “democracia orgánica” de cara al extranjero. A estas fuerzas de oposición se une la actuación de curas (especialmente en Catalunya y Euskadi), pero la mayor problemática  para el gobierno franquista es el aumento de la conflictividad laboral, con un número creciente de huelgas, debida, en parte a la reorganización del movimiento sindical (en 1962 se han creado las comisiones obreras en diferentes zonas que llegaran a convertirse en una importante fuerza sindical -Marcelino Camacho será su líder-).  La respuesta del régimen sigue siendo la de una dura y feroz  represión  (Proceso de Burgos, 1969).

 

                                                                            La crisis del franquismo

                 El incremento de la oposición política de todo tipo y la crisis económica (crisis del petróleo),  que genera por su parte  un  aumento de la conflictividad laboral  y social,  provocan  la crisis definitiva del  régimen  ya iniciada a finales de la etapa anterior, agravada por la decadencia física del dictador,  la inseguridad en el futuro político del país y el fracaso de la política reformista del OPUS que ya provocó la división entre  los dirigentes franquistas. En efecto, la política sindical (Ley Sindical de 1971) queda desbordada por  el crecimiento de Comisiones Obreras (en el Proceso 1001 fueron juzgados varios de sus dirigentes), los intentos de la dictadura maquillada para el ingreso en la CEE resultan infructuosos y la mejora de las condiciones de vida  de las masas populares disminuye por los bajos salarios frente a   la inflación creciente ya antes de que la crisis económica llegara.  A partir de 1970 se pone de manifiesto una  creciente inestabilidad gubernamental, acelerada tras el asesinato de Carrero Blanco por ETA (1973). El nuevo dirigente nombrado por Franco, Arias Navarro, inicia una política de tímidas reformas (Ley de asociaciones políticas) con el fin de estabilizar la situación Pero el llamado “espíritu del 12 de febrero” pronto es abortado por los inmovilistas del búnker derivando en un aumento de la represión (ejecución del anarquista Puig Antich, marzo 1974) a medida que la oposición antifranquista interior e internacional (ruptura de las relaciones diplomáticas con muchos países) se hace más fuerte y evidente en numerosos actos, los cuales generan medidas más represivas en una espiral de violencia. La oposición forma diversas coordinadoras con la intención de acelerar la caída del régimen (la Junta Democrática del  PC o la Plataforma Democrática del PSOE, pero el gobierno resiste y en septiembre de 1975  se celebran juicios contra cinco miembros de ETA y del FRAP que son condenados a muerte, sin embargo, son las últimas que firma Franco porque, como se sabe, muere el 20 de noviembre debido a una larga enfermedad. Ha gobernado España durante casi 40 años y ha dejado el país “atado y bien atado” (según discurso pronunciado en la Cortes, en 1969, al nombrar a Juan Carlos como sucesor). Unos días después, el príncipe Juan Carlos es coronado como Rey en las Corte. El nuevo Rey mantendrá durante poco tiempo a Arias Navarro como jefe de gobierno.

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